Luda, es la primera de novela de Grant Morrison que no requiere de imágenes para contar su historia, o sea, es su primer trabajo de larga duración escrito únicamente en prosa. En palabras de Morrison, Luda es una actualización al trágico desenlace de Merlín, uno de los personajes principales del ciclo artúrico; en esta versión, toda la acción ocurre en la ficticia Gasglow (una ciudad que es una mezcla de la natal Glasgow de Morrison y Brooklyn), Merlín es una drag queen llamada Luci LaBang. Luci, aunque es reconocida, respetada y querida; sabe que sus años de fama están contados, el tiempo le ha quitado poco a poco la belleza y el glamour del que está tan orgullosa. La obsesión de nuestro personaje principal se ve alimentada por una sucesión de incidentes que trae consigo a Luda -una versión jovial de la misma Luci LaBang- que funge como reemplazo del papel principal en “El fantasma de la pantomima”. Siguiendo el lineamiento de la historia de Merlín, Luci se vuelve la maestra de Luda en el misterioso arte del Glamour.
Uno creería que Grant Morrison, al no tener a las imágenes como herramienta, se tornaría un novelista tímido, recatado y le daría una pequeña pausa a las locuras que habitan en su canon, sin embargo, sucede todo lo contrario. Morrison no solo se acopla a la llana palabra sino que la abraza y la manipula a su antojo; las oraciones no solo describen el orden lógico de la narración, también nos abren la puerta al extenso universo que habita en la cabeza de nuestra narradora y ¿Por qué no? también nos invitan a cuestionar el acto de contar una historia, ya que, siendo sinceros, tanto ser el mago como ser el espectador es un ejercicio caprichoso y arbitrario que bien podría tratarse de una esquizofrenia compartida, un ejemplo de esto es el siguiente párrafo:
“Glamour -le dije a Luda, así como les estoy diciendo a ustedes para ahorrarles el tiempo de una búsqueda que bien puede ser usado para ver la última mierda en tv, es una vieja palabra.
Empezó como gramática en el sentido de leer y escribir. Los estudiosos eran vistos como poseedores de magia real; para gran parte de la población iletrada, los libros eran inexplicables – que alguien pudiera abrir una colección de hojas de pergamino desfigurado por iluminaciones de tinta que son inexplicables para ti, un ordinario campesino, y que de esas páginas conjure las palabras reales de un rey muerto, o Jesús mismo, era la fuente del mismo asombro. Piénsalo. La palabra escrita en sí misma era magia. Te podía hacer escuchar voces en tu cabeza de gente que no estaba ahí.”
El glamour de Luci LaBang es muy parecido al sistema mágico del mismo Morrison. Una visión que se forma a partir de la asimilación de cualquier conocimiento místico para lograr un estado alterado de la conciencia, ya sea este individual o colectivo, donde la palabra o básicamente, todo tipo de performance son los vehículos ideales para el ritual, con la suficiente maestría puedes no solo alterar la conciencia, sino también dirigirla a voluntad. Luci ve a sus interpretaciones como el punto más alto de su magia, donde sus rituales y manías dan vida a deidades únicas que fabrican la realidad que Luci quiere habitar, una vez más, las palabras construyen el mundo en el que vivimos. Morrison usa a un narrador omnisciente, o sea, quien cuenta la historia tiene el papel de demiurgo, sabe lo que pasó y pasará, también nos embriaga con sus ideas y pasiones. El uso de este recurso hace que Luci se vuelva una narradora poco fiable, más bien, la convierte en un maestro de ceremonias que nos lleva de la mano a través del laberinto que ella misma construyó. Tanto para Luci, como para Morrison, leer el libro es meramente un acto.
El tema del espejo es algo que obsesiona a Luda y a Luci, y, es que, un espejo no es más que una representación de observarnos como un otro. El otro y el lenguaje tienen una relación simbiótica, una función creadora. La creación que suscita el lenguaje no es muy diferente a la creación simbólica y literal, en la obra la dualidad juega un papel importante, constantemente sale a la luz, ya sea con el género fluido de nuestro protagonista, con el acto chamánico del travestismo, la transferencia de mente e ideas y hasta el mismo índice que nos indica los capítulos en código binario. En palabras de Luci es algo así:
“Phi desglosando al 1 como un pene, al 0 como la vagina, útero, receptáculo de la fuerza y la intención del penetrador falo “1”, la matriz donde el impulso es gestado y después convertido glamurosamente en el alegre bloque de carnicero del mundo de cosas que puedes tocar y dividir, comprar y vender.
La notación binaria siendo todo lo que es requerido para conjugar al universo de dinámicos opuestos. Todo lo que se necesita es un encendido y un apagado. Una obscuridad y luz, un sí y no. Un arriba, un abajo. Un empujón y un jalón, reacción, dialéctica, tesis, antítesis, síntesis, nueva tesis, antítesis, peristalsis generando deslizamientos kármicos de consecuencia. El dentro. El fuera. El dar. El tomar. Pito y vágina creando copias del otro al infinito.”
Luda, Luci, el carnaval drag de Morrison nos pone frente a la incógnita de la identidad, con la dualidad que convive en cada uno de nosotros, con la fuerza de la acción y la capacidad de la recepción. Animus y anima, percepciones binarias de quiénes somos y cuál es nuestro papel en la creación. Las ficciones, creadas por personas como tú y yo, tienen una función primordial en el génesis de la identidad. En esta época moderna, donde la información se reproduce como una colonia de búlgaros ¿Quién mejor que alguien de género fluido para retratar la versatilidad de nuestro ser?
El espejo no se acaba ahí. El espejo es parte del ejercicio esquizofrénico del arte, donde a través del otro nos hacemos conscientes de nosotros mismos. “El fantasma de la pantomima” es la historia dentro de la historia de Luda, una obra que es una versión posmoderna del mito iniciático de Aladín o Allah Djinn (el genio bueno), Luda -que interpreta a una mujer mientras interpreta a un hombre- hace el papel del joven dócil que tiene que ir a la caverna para regresar con un gran tesoro que lo pondrá en una encrucijada de aventuras y descubrimiento. Siendo las cavernas y los tesoros una alegoría al reconocimiento del ser, la historia tiene un paralelismo en la vida de Luda, que empieza como una niña inocente que es un receptáculo de lo otro y termina siendo algo diferente.
“Es solo un espejo -Luda dijo amargamente ¿Dios es sólo un espejo?
Vivimos la mitad de nuestra vida en el espejo -Le expliqué. Vemos hacia él para obtener seguridad, o castigo. Miramos fijamente dentro de él para entender. El espejo es tan parecido a Dios que bien podría ser Dios.”
Las referencias en el trabajo de Morrison son más que una muestra de erudición, son incluso más que la visión de su obra mágica. Luda nos presenta una reinterpretación y deconstrucción, un ejercicio de cómo la cultura nos absorbe, en esta historia hay mitos iniciáticos, misterios al puro estilo del género noir e incluso elementos de novela gótica. El arte, la pantomima, el glamour son prácticas que alteran nuestra percepción, pero también son la evidencia del proceso cíclido de la humanidad, donde convivimos con un enorme espejo que nos narra, un ouroboros de reflejo constante, en donde no hay un límite en la parábola de quién piensa a quién y la única certeza es que, al final, todos estamos delimitados a los límites de ese frío cuadrado. Narrándonos a nosotros mismos.
Pero ¡Hey! al final, las risas y las lágrimas no salen del teatro, el telón cae y la vida sigue.

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